Reitero y aclaro un término meteorológico equívoco
Por Jesús Padilla:
En estos días en que una situación a la que ahora denominan DANA pero que mi padre, y hermano, (q.e.p.d.) definían popularmente como "gota fría" a esa depresión que se aísla en niveles altos de la atmósfera provocando fenómenos atmosféricos que pueden dar lugar a vientos huracanados, tormentas y chubascos fuertes, y en este caso también a ese polvo en suspensión que no calima o calina.
He querido recuperar un antiguo artículo que publiqué hace ya unos ocho años para dar de nuevo esa versión del significado de calima o calina y polvo en suspensión y las diferencia entre ambos conceptos.
Aprovecho la ocasión para dedicárselo tanto al maestro. mi padre, Desiderio Padilla, como al alumno aventajado, mi hermano, Juan Carlos Padilla, a los que guardo en mi corazón con el cariño que siempre les profesé.
Ahí arriba estarán hablando, en el cielo que tanto observaban, de esos fenómenos meteorológicos que le apasionaban.
¿CALIMA O POLVO EN SUSPENSIÓN?, ¿POLVO EN
SUSPENSIÓN O CALIMA?
Aún recuerdo en mi época de chiquillo cuando
mi padre, ese enamorado de la meteorología, fruncía el ceño si escuchaba eso de
“fuerte calima” estando el cielo cubierto por una intensa, cómo espesa, “polvajera”
que él, docto en el asunto, decía era polvo en suspensión. También ponía cara
descompuesta al oír que había “polvo en suspensión” cuando la visibilidad era
reducida.
Nunca llegaba a comprender porqué se molestaba
tanto cuando escuchaba esas expresiones hasta que un buen día le pregunté y me
aclaró la situación con esas explicaciones tan sencillas y a la vez tan
didácticas que cualquier neófito en la materia podía entender a la perfección.
Pero antes de explicar lo que significa cada
cosa, es decir, “polvo en suspensión” y “calima” me gustaría volver la vista
atrás, pero no muy lejos, y así encontrarme de nuevo con una situación similar
a la que vivió mi padre cuando escuchó esos dos conceptos, totalmente
diferentes, pero que algunos “entendidos” asociaban al mismo fenómeno
atmosférico.
El pasado jueves, 08 de marzo, las islas se
han visto afectadas por este meteoro que, para algunos, recién llegados a estas
tierras, les puede resultar impresionante, fuera de lo normal, o quizás hasta
apocalíptico. Remontándome en el tiempo, volviendo esa vista hacía atrás -les
decía- hace años, allá por el mes de enero del 2002, se repitió -como el pasado
jueves- una vez más, este fenómeno al que unos llamaron “calima” y otros “polvo
en suspensión”. Los más agoreros pronosticaron el fin del mundo pues el cielo
se volvió amarillento y la luz solar desapareció cubriendo en una oscuridad
casi total los pueblos y las ciudades de éstas afortunadas islas. Hasta el
alumbrado público tuvo que encenderse.
Recuerdo que me encontraba ese día en un
cafetín de Santa Cruz de Tenerife tomando un “barraquito” acompañado de un
“montadito de lomo” en una de las esquinas de la Plaza del Príncipe en la
confluencia con la calle San José en un “bochinche” de esos que da gusto tomarse
algo. Entre bocado y sorbo escuché a una viandante –alarmada- que pasaba por la
puerta del bar que: el fin del mundo estaba cerca ¿No han visto el cielo, no se
ve nada, está amarillo? Me voy corriendo
p’a casa que tengo a los chiquillos solos decía muy preocupada la señora a los
camareros de la barra. Alguna mella causó entre algunos de los que escucharon el
comentario porque más de uno apuró el café y salió a todo meter del cafetín
como alma que se lleva el diablo.
El caso es que ese alarmante mensaje
apocalíptico no era inventado. Se había corrido como la pólvora por todos
sitios. Medios de comunicación se hicieron eco de la noticia extendida por la
calle e incluso recuerdo como, cuando ya había pasado el fenómeno, tuve que
acompañar a mi padre al sur de la isla, a un hotel de Maspalomas, dónde una
cadena de televisión le hizo una entrevista relacionada con ese fenómeno que
aún en la actualidad levanta expectación, asombro e incluso temor a quienes no
lo han vivido.
Este espectáculo de la naturaleza –porque lo
es, pese a su desagradable presentación- que convulsiona a algunos, enferma a
otros y sirve de laboratorio a quienes estudian los fenómenos atmosféricos es
parte de nuestra historia pasada, reciente, y lo seguirá siendo en el futuro.
Ese cinco de enero del año 2002 una borrasca
se situó al noroeste de las islas, con aire frío en altura, que provocó algunas
precipitaciones de débiles a moderadas con algún que otro aparato eléctrico. Mientras
tanto un anticiclón hacía de las suyas en el extenso desierto del Sahara con
vientos fuertes que avanzaban de este a oeste y llevaban sobre el archipiélago
ese “simún” del desierto, ese viento abrasador que acompaña a las tormentas de
arena y que conocemos los que hemos pisado tierras africanas por “siroco” y que
invadió en forma de “polvo en suspensión” las islas llevando incluso entre los finos
granos arenosos alguna que otra roja langosta africana.
Fue tan fuerte esta tormenta de arena en el
desierto que los vientos arrojaron al Océano Atlántico y sobre las Islas
Canarias toneladas de tierra que tiñeron de rojo coches, casas y terrenos,
haciendo que el mar tomara igualmente un color cobrizo mientras el aire se
volvía seco e irrespirable con una tonalidad amarillenta debida a la densidad
de las partículas arenosas y de polvo, provenientes del desierto africano.
Una vez acabada la tormenta de arena, el
anticiclón desaparece y la borrasca se sitúa sobre las islas provocando lluvias
torrenciales. De nuevo se repite el fenómeno y después de la arena, del polvo
en suspensión, aparece la lluvia, esperada como maná caído del cielo.
Este es el relato casi calcado, pero menos
intenso, aparece fiel a la cita en el azulado cielo de Canarias. Unas
condiciones de sequía y vientos fuertes en el continente africano, una borrasca
centrada al noroeste de las islas y un anticiclón haciendo de las suyas en el
desierto del Sahara. Un engranaje perfecto entre el giro a izquierdas -contrario
a las manecillas del reloj- de una borrasca y el giro a derechas de un
anticiclón -a favor de las manecillas del reloj- (hemisferio norte, en el hemisferio
sur sería, al contrario) que provocarán, si se cumple el pronóstico de siempre,
las tan ansiadas lluvias.
Lo que más me sorprende de esta nueva
situación -la de este jueves 08 de marzo- es que a pesar de que es algo muy
normal, meteorológicamente hablando, la gente no termina de asumir su aparición
en determinadas etapas o ciclos y lo que es peor -como decía mi padre-
confunden este meteoro con otro parecido pero que se diferencia como de “un
huevo a una castaña”.
He escuchado en la televisión, y en otros
medios de comunicación e incluso alguna nota de prensa de un estamento público que
también ha caído en el error, como mezclan “polvo en suspensión” -que es lo que
teníamos el jueves- con “calima”.
El “polvo en suspensión”, como ya he relatado
antes, es esa arena del desierto que los fuertes vientos –calientes- desplazan
de este a oeste hacia el mar, hacia nuestras islas, provocando una disminución
de la visibilidad, un color amarillento del cielo y, sobretodo, un ambiente
cálido y seco, precisamente porque el aire que nos invade proviene de una zona
cálida y seca como lo es el desierto del Sahara.
En cambio, la “calima” o “calina” -como
realmente se llama a este fenómeno natural- provoca una visibilidad reducida
que en algunas ocasiones puede ir acompañada de pequeñas partículas de polvo
provenientes de la polución atmosférica, pero a diferencia del polvo en
suspensión este accidente atmosférico suele producirse por la condensación de
vapores de agua que conforman -en este caso- la “calina” o “calima” y que es del
80 por ciento, aproximadamente, del fenómeno.
El nombre de “calina”, que es realmente como
se denomina a lo que vulgarmente llamamos “calima” proviene del latín “caligo”,
“caliginis” que significa oscuridad, neblina, tinieblas.
Aclarado esto, decir que mi padre dejó para
siempre en mi memoria -y el fenómeno en mi retina- la diferencia entre CALIMA y
POLVO EN SUSPENSIÓN. Por eso cuando escucho la mezcla de ambos, como si fuera
uno, siento -como mi padre- que esa unión equívoca de conceptos me deja
estupefacto, me hace fruncir el ceño y no doy credibilidad a lo que oigo sobre todo en entendidos y doctos en la materia que supongo saben más que uno en
estos menesteres… la “calima” no es “calima” que es “calina” y menos aún “polvo
en suspensión”. Es como decir que el océano es mar o que el mar es océano. La
diferencia está a la vista.
¡¡Fuerte “polvajera” cristiano!! dice la gente
del campo en mi tierra cuando viene el “polvo en suspensión” o simplemente ¡¡ vaya
“calina”!! Cuando no se ve un carajo.
Y es que la gente del campo, esos “mauros” -que
dicen los de la capital- saben muy bien lo que hablan porque sus antepasados les
han sabido transmitir la evidencia y el conocimiento desde mucho antes de que
se pariera esa ciencia que no es exacta pero que nace de una práctica muy
antigua, “las cabañuelas” y “las témperas”, que hoy en el mundo moderno llaman
Meteorología.
VEGUEROS S.M. Ni el “polvo en suspensión” es
“calima” o “calina”, ni la “calina” o “calima” es “polvo en suspensión”. -