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La trompa del elefante
Por: Jesús Padilla
De
los animales de nuestra madre naturaleza hay uno de especial relevancia en el
mundo animal que me atrae de sobremanera muy especial, quizás por su
corpulencia y por su enorme tamaño, y porque desde muy niño los vi en aquellos
circos de animales que recorrían las tierras de España ofreciendo un
espectáculo circense que llenaba las carpas instaladas en pueblos y ciudades.
Es
el elefante el mayor mamífero de nuestro planeta Tierra, y también el de mayor
peso al nacer, unos 120 kgs. que aumenta progresivamente hasta casi las 11
toneladas durante su vida, que suele ser de unos 70 años más o menos. Existen
otros, marinos, que sin ser los más grandes de los océanos si tienen un
considerable tamaño y peso.
Pero
una de las cosas que más me llaman la atención de esta especie animal es su
trompa. Una prolongación nasal musculosa llamada probóscide. Se dice que la
trompa tiene aproximadamente unos 150.000 pequeños músculos que le permiten
darle movilidad, ser usada como olfato, para respirar, para emitir sonidos,
para recoger comida, para aspirar agua ya sea para beber o para, incluso,
extenderla por todo su cuerpo. Acompañada generalmente de dos grandes colmillos
que le sirven para defenderse, abrirse camino o marcar árboles para señalar su
territorio. Unas piezas dentarias de hasta 120 kg codiciadas por cazadores
furtivos que negocian con ellas a costa de la vida del animal.
Existe
otra característica del elefante que son sus enormes pabellones auditivos que
pueden percibir sonidos muy bajos a enormes distancias además de servirle para
poder ventilar la circulación sanguínea.
De
sus curiosidades siempre se ha oído decir que el elefante tiene una excelente
memoria para reconocer a otros individuos de su especie a través de los sonidos
que emiten (inaudibles para el hombre). Pero uno de sus hándicap es la vista
pues su visión es mala, borrosa, por lo que los pequeños animales que se mueven
a su alrededor le causan más irritabilidad que los grandes. La leyenda sobre
estos animales hablan de enormes cementerios de elefantes, de elefantes
guerreros, de proezas, muchas de las cuales han sido llevadas a la gran
pantalla (cine).
En
la vida política también existen los elefantes y no hay que andar muy lejos
para encontrar alguno. Sin hacer mención, para que nadie se pueda sentir
aludido, el elefante político es aquel que teniendo un gran peso en la política
hace uso de esta durante una larga trayectoria.
Estos
elefantes políticos parecen poder con todo y contra todo. Su dura piel política
parece insensible a las críticas y a cualquier comentario que pueda afectarle.
Cuando
se autoproclaman candidatos durante el periodo preelectoral, deciden seguir esa
política del elefante: Grandes orejas de paquidermo para escuchar todo lo que
pueda interesarle para su campaña y piel bien gruesa para que la intriga, y
las críticas, no le afecten.
También
dejan pasar, entre dermis y epidermis, todos los halagos que pudieran
engrandecer aún más su figura y, con sus grandes patotas, poder caminar con
todos en esa senda de la política, una senda que, sin ser fácil para otros
políticos con menos peso, a este en especial, se le hace tremendamente dúctil
porque reúne todas las condiciones que debe tener un buen paquidermo de la
política: Orejas, peso, piel dura y cabezonería, sin contar con los enormes
exabruptos que emite cuando observa la presencia de enemigos políticos, o no
políticos, a la vista.
Pero
lo que más usa este paquidermo político, es su trompa, su enorme trompa. Con
ella desarma a sus oponentes. Con sus poderosos músculos quita de un revés a
cualquiera, sea político o ciudadano, que intente invadir su dominios, su
territorio. Con su hocico prolongado derriba todo lo que a su paso se le pone en
medio creando caos y destrucción. Sus patonas pisan los derechos de hombres y
mujeres, e infringe con el resoplar de su trompa tal miedo, tal temor, que su
sola presencia hace estremecer a los más valientes.
Existe
una canción que describe lo que es un elefante político como el que se analiza en
este artículo. Esta canción escrita por Juan Alberto Ficicchia (Tito Alberti) y
titulada El Elefante Trompita habla de un elefantito que para llamar a su mamá
movía las orejas. Su mamá le respondía, siempre que lo hacía, que debía
portarse bien porque se arriesgaba a sufrir un serio castigo. La música se
basaba en ese ritmo que simula el paso del elefante para hacer coincidir su
compás con la letra, y decía:
Pórtate bien,
trompita
si no te voy hacer
chachás en la colita
Y no
hubo manera porque, el elefantito, se hizo mayor y siguió sin portarse bien y
el chaschás de la colita pues que se la traía al pairo, o lo que es lo mismo,
le daba igual veinte que ochenta.
Y
marcó su terreno, con sus enormes colmillos, y con sus patucones pisoteó todo
lo que le vino en ganas. Su enorme cuerpo, y su fortaleza, arrasó con todo, la
trompa sirvió para, de revés en revés, eliminar a sus enemigos políticos y
crear miedo y terror a su paso. La dura piel no dejó pasar nada, ni siquiera
los consejos y la recomendaciones de quienes veían en su comportamiento y su
forma de hacer las cosas lo inadecuado de su política de paquidermo. El
Elefante Trompita siguió siendo lo que su madre nunca quiso que fuera,
desobediente, ruin, malo y pendenciero. Y su trompa, al igual que su cuerpo y
sus patonas crecieron y crecieron, destruyeron y rompieron, sus enorme
colmillos marcaron árboles y pinos que cayeron al empuje de su dura cabeza.
Muchos
se preguntaran que final espera al paquidermo que lejos de actuar con la manada
se aleja de ella y hace las cosas a su manera sin medir las consecuencias. A la
vista está, no suele ver al enemigo pequeño, sus ojos, su vista, degradada, no
es capaz de detectar a quienes se acercan. Da trompazos de uno a otro lado, su
enorme músculo va de izquierda a derecha como el péndulo de un reloj, tic, tac,
tic, tac, levanta sus patonas, nervioso, agita su enorme cabeza, desorientado,
abanica sus orejas para enfriar su cuerpo, pero nada puede impedir que esos
pequeños seres que se le acercan y a los que despreció toda su vida sean ahora
la pesadilla de su paquidérmica vida.
El
terror se apodera de la bestia y su enorme corazón no puede soportar como sus
dominios son invadidos, su espacios acotados y su poderío cuestionado.
Finalmente
el paquidermo dobla su trompa, haciéndola pasar por encima de su cabeza como
queriendo acariciarla, dobla sus patonas e inca en tierra sus colmillos.
El
elefante político agoniza y se retira a ese cementerio que será el descanso de
todo paquidermo.
La
trompa del elefante, la poderosa trompa será la primera en descomponerse. Los
colmillos serán la única riqueza que quede de quién queriendo ser un elefante
político tan solo consiguió la soledad.
Muerto
el elefante el territorio queda liberado de la bestia y la vida de todos los
habitantes del lugar vuelve a la normalidad que nunca debió perder. Reconstruir
lo destruido será una ardua tarea.
Esta
historia puede que no tenga ningún parecido con la realidad actual pero si me
atrevo a decir que de su lección se concluye que los elefantitos son graciosos
cuando se portan bien, pero si no es así, lo mejor es no elegirlos ni
adoptarlos de grandes porque nos darán, y nos traerán, muchos dolores de
cabeza.
Moraleja,
el elefante político siempre termina dándose un buen trompazo.
VEGUEROS
S.M.