Por: Jesús Padilla
Los Faros son elementos que han ayudado a la navegación desde tiempos inmemoriales. Su función principal es la de proyectar una señal luminosa para que los barcos puedan localizar los puertos durante las noches. Pero no todos los faros son iguales, cada faro es único ya que disponen de destellos bien diferenciados que hacen que los navegantes puedan saber con precisión de que faro se trata y en que costa se encuentran.
Las Farolas, en cambio, además de su innegable valor estético, dan seguridad pues alumbran calles y jardines, ahuyentan a los ladrones, pueden evitar accidentes etc. Esa cajita con paredes de vidrio, compuesta por varios brazos y luces que iluminan calles, plazas y paseos, que también podemos verlas en los muelles, en los puertos, a modo de “farol”, nada grande, pero sin ser faros, simplemente farolillos o farolillas, o como decimos en estas tierras, la farola del mar, “unas veces alumbra y otras no... porque no tienen gas”, se diferencia con el faro en el porte. El farol es único y grande, tosco, pero de aspecto fornido, de luz penetrante e inamovible. La farola en cambio es más enclenque, de menos porte y trayectoria, ya que debe ir acompañada de muchos brazos, o de un amplio soporte anclado en tierra, pero no muy grande para poder mantenerse. En los muelles la farola depende del faro ya que sin este nadie llegaría hasta ella.
En La Vega de San Mateo no hay muelle, pero si tenemos faro y farola, y farolillas. El primero, el faro, alumbra a la segunda, la farola y esta reparte a sus farolillas.
He podido leer, gracias a un amigo que me lo pasó, sendas respuestas en redes sociales a un comentario realizado por Don Manuel Mengíbar, profesor, político, educador incansable y excelente padre de familia y, sobre todo gran conocido, no solo entre sus alumnos sino en toda la comunidad educativa de esta isla de Gran Canaria por su innegable dedicación a los jóvenes en esos torneos de ajedrez y en multitud de disciplinas de las que siempre ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Eso sí con un fuerte carácter, apasionado en la discusión, pero como la espuma se diluye en la fresca brisa y a otra cosa mariposa. Amigos para siempre. Es Manolo un verdadero “faro” que ha sabido alumbrar el camino al estudio y la formación de muchos jóvenes de esta Vega de San Mateo, tarea nada fácil pero muy gratificante.
Pude leer, como decía, ese comentario donde llamaba Don Manuel Mengíbar “Pollo Mentiroso” a quien se ha ganado a pulso desde hace décadas lo de “pollo”, pues no en vano en la lucha canaria, donde era practicante del deporte vernáculo, se le conocía como el Pollo de la Mina y lo de mentiroso por ser precisamente el alcalde que más mentiras ha propuesto en sus programas políticos. Basta tirar de ellos, de sus programas políticos, para ver el interminable y vasto listado de incumplimientos, de engaños, con ver los más sonados nos podemos hacer una idea... el teleférico, el museo de Cho Zacarías, que iba a convertir en un centro de alto standing, la embotelladora, la ruta de los molinos, la leche de cuajo de baifo, el Tanatorio/Crematorio, que se quedó en velatorio, y un largo etc., de promesas electorales lanzadas con el único fin de conseguir el puesto de alcalde “in saecula saeculorum”. Nadie olvida y queda “in eternis”, para siempre, en los anales de la historia de este municipio para conocimiento general. El alcalde más mentiroso, derrochón y dictador de las medianías de Gran Canaria, y no lo digo yo, lo dice más de medio municipio.
El “Pollo mentiroso” es un título, no despótico, como han podido leer, labrado a pulso por él mismo. Jamás un gobernante ha tenido esa oportunidad única de que lo llamen lo que él mismo se ha labrado. “Pollo Mentiroso”.
Es la breve y triste historia de un alcalde que para llegar a donde quería y hacer lo que en resumidas cuentas le sale del “forro de sus caprichos” o, dicho de otra manera, hacer lo que le da la gana y como le da la gana. Eso si, destrozar nuestro pueblo, arrancarle sus raíces, su propia idiosincrasia, destruyendo sus valores artísticos y culturales, y enterrando bajo losas de hormigón y obras innecesarias su pasado, su presente y su futuro se ha convertido para él en un pasatiempo. Ahora traer esculturas de afuera que no dicen nada de este municipio, y convertir este pueblo en una ciudad, sin contar con nadie y sin haber estado nunca en sus promesas electorales es el mayor desprecio, engaño y burla a todos los vegueros y vegueras. Aires y delirios de grandeza no le faltan. Pronto, al ritmo que llevan los olivos y las esculturas venidas de afuera, veremos una enorme en el centro de este pueblo dedicada a su memoria.
Un faro con un gran farol, es el monumento de sus mentiras.
Pero como decía al inicio de este artículo de opinión no hay faro sin farola ni farolas sin farolillos. Unos complementan a los otros y los otros votan a la de-vota.
La concejal Davinia Santana, desconocida desde que entró en eso que ella llama política, erróneamente, se cree profesa y está posesa, de una profunda admiración y un tremendo afecto, con mucho sentimiento, por el cargo que le sostiene, que no por las personas que la colocaron en él, para que no existan malos entendidos, por la institución que representa Don Antonio Ortega.
Convierte la susodicha esa afección infinita de agradecimiento en una causa, una devoción, como la de los franceses, antes de la revolución, a su rey Sol.
Sus seguidores y devotos, sus farolillos/as, le siguen, como el peregrino al santo, hasta el camerino, hasta su despacho, para allí rezar juntos los cuchicheos matutinos y señalar, en confesión y con cura incluido, a aquellos que no profesan su culto político. No es ignominioso, es vergonzoso.
Es la de-vota del voto. Presumir, sorprender o engañar, marcarse un farol, pero como farola, junto al faro. Con actitudes presuntuosas para enseñarnos a todos que está por encima de quienes pretenden apagar la luz del faro porque sabe perfectamente que apagado el faro la farola deja de ser útil.
Actúa a una velocidad propia de una estirpe aguileña, desviando la conversación a ámbitos donde podía encontrarse más segura. Y pronto, siguiendo la luz de la farola, y guiados por el faro, aparecen los palmeros y palmeras, aplaudiendo las memeces que dicen y las estupideces que ni ella misma entiende. Es la manipulación en su más pura expresión. El aliño de este caldo es el que utiliza las mil caras en las redes al servicio de un régimen decadente, obsoleto, ruin y de escaso valor ético y moral. Como Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. De cada 10 comentarios, solo hay uno que es real, los demás son superpuestos para dar a entender que hay una multitud detrás de un grupúsculo. Pobre infeliz que en su paranoia se lo cree. Me rio por no llorar.
Esa es la percepción, esa es la realidad. Falta de humildad y falta de formación, no solo política sino humana. La farola no le llega a Manolo Mengíbar, con sus defectos y virtudes, o con más defectos que virtudes, da igual como lo quieran colocar, ni a la suela del zapato, ni en formación ni en quehacer, es como la novela del Lazarillo de Tormes, sirve la farola de guía a un ciego, Antonio Ortega, pero no se da cuenta que ella también es ciega, por eso tropiezan tanto en sus torpezas los dos, una y otra vez si ánimo de solución; y claro lo suplen todo con la mentira, el engaño y meter miedo a quienes no piensan igual que ellos emponzoñando todo lo que tocan.
No quiero extenderme más, pero basta ver lo que ocurre aquí los fines de semana para saber que en este pueblo “no hay quien viva”.
Es el pueblo del ruido, de los escándalos y peleas nocturnas, de la inseguridad ciudadana, de colas interminables de vehículos que dejan sonar sus bocinas, bocinas que penetran junto al humo de sus escapes en las viviendas que dejan las ventanas abiertas, de las caquitas de perros en las aceras, de la suciedad en sus calles, de olores nauseabundos provocados por los contenedores que no se limpian, de obras interminables que llevan perturbando la paz, la tranquilidad, la seguridad y el devenir de los ciudadanos de San Mateo desde que Don Antonio y su séquito de políticos inútiles decidieron destrozar los poco rural que le quedaba, su flora y la fauna que esta atraía. Es un “pueblo sin ley ni orden, sin presente ni futuro, ni a corto ni a medio plazo.
Eso al que no es de aquí pues le puede dar igual, no es su pueblo, son aves de paso... “comen, cagan, mean y se van”, y ahí te quedas con el pastel.
Entrar al casco de San Mateo es comerse si o sí la cola del siglo. Vivas o no vivas aquí, el sufridor es el que vive y paga sus impuestos en este municipio. Antonio no lo ve, ni lo siente, ni lo padece, porque no vive en el municipio y sus concejales callan porque ni se atreven a llevarle la contraria no sea que se le cruce el cable y se queden sin empleo y sueldo, ”la boca la carga el diablo”. Un chollo que en las actuales circunstancias no se pueden permitir el lujo de perder, “la papita dulce”.
Este “Pollo Mentiroso,” como bien dice don Manuel Mengíbar, da la impresión que está muy nervioso ¿De ahí sus malas artes, su desprecio a quienes no comparten su forma de gobernar?, puede ser. Pero más bien da la impresión de ser políticamente un cadáver sin rumbo que va de funeraria en funeraria a ver donde echa sus huesos ¿Qué credibilidad puede tener quien despelleja un ayuntamiento para desmantelar sus servicios esenciales, vitales para muchas personas, mayores, jóvenes y hogares desfavorecidos, troceando su pueblo y dividiendo a sus habitantes entre buenos y malos, implantando el miedo para que nadie se levante contra sus tropelías y su abuso de poder, que no me cansaré de decir es más propio de dictadores bananeros que de alcaldes democráticos.
Mengíbar se ha convertido en una víctima más que no gusta porque actúa y piensa diferente a ellos. Basta leer esos comentarios fuera de lugar, más propios de matones de tres al cuarto que de gestores públicos, que parecen se han olvidado de ello, de lo que representan y de los que son, para sacar una conclusión bien clara, la de que Antonio y la de-vota, el faro y la farola, y sus farolillos, pretenden impartir un ejemplo peligroso: El de como callar voces discrepantes usando una verborrea barriobajera, hiriente, salvaje, agresiva y amenazante. El mensaje queda bien claro “Si callamos a éste, que es reconocido y prestigioso educador, los demás ni se atreverán”. Pura dictadura de un villano digno de repudio e indigno de representar a este municipio como garante de democracia, libertad y valedor de la ética y la moral que se requiere para un puesto tan relevante. Esto si que es sentir vergüenza ajena.
Y por si se me pasa por alto me gustaría recordar a todos en general que la oposición está para fiscalizar y denunciar las presuntas, repito, las presuntas irregularidades de quien gobierna y los jueces y fiscales para dirimir en el ámbito de sus funciones si se han producido o no. No hay que olvidar que nuestras leyes, no las de Antonio y su séquito, dicen que “quien tenga conocimiento de la perpetración de un delito está en la obligación de denunciarlo” porque si no lo hace puede convertirse en colaborador o cómplice del mismo.
Así que un puntito en la boca sería lo más prudente y no les vendría mal a quienes actúan de farol y farola alumbrando donde no deben y en quienes no deben un camino erróneo, totalmente equivocado y muy peligroso. Lanzar a otros señalando con el dedo, desde el teclado de un ordenador, haciéndose pasar por quien no es, tarde o temprano será descubierto y sus mil caras puestas a disposición de la justicia.
Y siguiendo el largo hilo de mi artículo de opinión, y a la vista de esas notas, la del faro y la farera, veo que incluso intentan recitar unos de los pasajes de El Quijote de Cervantes. He de decirle a Don Antonio que quien vota no es la de-vota y que 100 palmeros/as no hacen un pueblo, pero miles de votos si hacen un Ayuntamiento.
Las urnas decidirán, pero Don Antonio ni es eterno, ni estará eternamente ahí. Los faros duran más que las farolas y los alcaldes y concejales menos que ellos, menos que un caramelo a la puerta de un colegio.